El counseling o consultoría psicológica es una disciplina
que anda medio de moda, oscilando entre el prestigio y el desprestigio, la
recomendación apasionada y el desprecio científico. Nadie sabe muy bien si es
algo así como un psicólogo, un “coach” onda alguien que te resuelve problemitas
o que te da consejos, si viene por el lado de la New Age o del capitalismo
salvaje. Hay quien piensa que es una carrera corta y boba que estudian las
señoras gordas que se aburren en su casa, y quien cree que es una cosa
complicadísima que viene de los Estados Unidos y que no se parece a nada de lo
que hay acá.
La cuestión es que todos tienen razón. ¿Por qué? Porque el
Counseling puede tomar muchas formas, tantas como counselors existen, y puede
ejercerse desde muchos lugares distintos.
Existen distintas aplicaciones para el counseling en
diferentes terrenos: está el counseling educacional, el counseling laboral, el
counselig comunitario… Pero aquí nos ocuparemos específicamente del counseling
aplicado al desarrollo personal, que es el más conflictivo.
Los que piensan que es una especie de psicología, tienen
razón. Tienen razón porque vas, te sentás y hablás con alguien que está ahí para
escucharte y acompañarte y crear una relación que te ayude a resolver lo que
sea que creas que necesitás resolver, e incluso a descubrir cosas que ni sabías
que tenías que resolver (que por lo general, están debajo de las que sí
sabías). Pero no tienen razón, porque el counseling trabaja desde el marco de
referencia de la salud y no de la enfermedad, el counselor no está ahí para
“curarte” de nada ni vos sos un “paciente” que tiene algún tipo de enfermedad.
Sos un ser humano normal, común y corriente… O sea, no sos nadie. Porque nadie
es ni normal, ni común, ni corriente. Sos un ser humano único como cada uno de
nosotros lo es. Y de eso se trata: de respetar y encontrar tu unicidad, tu
particular manera de experimentar la vida, tu
vida, y lo que ocurre dentro y fuera de ella.
Tampoco tienen razón los que
lo comparan con la psicología porque el counseling no trabaja con patologías ni
con neurosis profundamente instaladas, aunque llegado el caso puede trabajar en
equipo con psicólogos, psiquiatras, médicos y quien haga falta.
Igual que la psicología, el counseling puede ejercerse desde
diferentes marcos teóricos. El favorito de la humilde autora de esta nota es el
counseling humanístico, basado en el Enfoque Centrado en la Persona (ECP) desarrollado
por el norteamericano Carl Rogers. La base de lo que dice sería más o menos así
(muy más o menos):
Todos tenemos una tendencia innata a crecer, a mejorar, a
alcanzar el máximo desarrollo de nuestro potencial… es decir, a ser la mejor
versión posible de nosotros mismos. Y cuando dice todos incluye a todo lo que
hay en el universo: plantas, bichos, piedras… todo tiende a desarrollarse
hasta alcanzar su potencial máximo (lo que denomina “tendencia formativa del
universo”). Si metés una plantita en un vasito de agua encerrada en un galpón
oscuro, la pobrecita se estirará y se estirará hasta alcanzar la rendijita de
luz que entra por un rincón y hará lo mejor que pueda con eso. Okay, no tendrás
una selva, pero ella igual lo intentará y lo seguirá intentando. Y nosotros,
según Rogers, también.
Bueno, lo que Rogers dice es lo siguiente: para que esta
tendencia al desarrollo, que es como nuestro motorcito interno, pueda funcionar
correctamente, necesita tener buena información. A ver si nos entendemos: un
motorcito puede estar totalmente dispuesto a llevarte al mejor lugar del mundo,
pero si tiene el GPS todo mezclado te va a llevar directo a la… bueno, ahí. O
sea que lo que nos pasa a los seres humanos es que tenemos el GPS todo mezclado
y la información que guía a nuestro motorcitos a hacernos felices hace que
terminemos llorando en una zanja.
¿Por qué tenemos el GPS confundido? Según Rogers, por lo
siguiente:
Entiéndase bien: no necesitamos que nos diga que todo lo que hacemos está bien. Necesitamos que nos diga que NOSOTROS estamos bien, más allá de lo que sintamos o hagamos. Que nuestro valor como personas no se altera, aunque nos mandemos macanas o sintamos deseos de que nuestro hermanito se caiga por el balcón (todos los sentimos, señores, lo lamento pero es así). Es decir, necesitamos ACEPTACIÓN INCONDICIONAL como personas, aunque sí se limiten nuestras conductas (porque si no, tiraríamos al dichoso hermanito por el dichoso balcón). Esta aceptación, cuando tenemos pocos años y dependemos cien por ciento de la otra persona, se convierte en vital: si el otro no me acepta, yo no vivo.
Pero lamentablemente, la aceptación que recibimos es
condicional. Mamá nos quiere con la condición de que seamos buenos, o de que
ayudemos en la mesa, o de que nos peinemos raya al costado y no al medio (hay
cada madre…). Pero sobre todo, nos quiere si tenemos los sentimientos que “hay
que tener”, los que se consideran “aceptables”. Entonces nosotros traducimos:
“si quiero ahorcar a mi hermanito, soy malo, mamá no me quiere. Ok, no quiero
ahorcar a mi hermanito. Esta sensación de que me crecen los colmillos cada vez
que lo veo se llama amor, porque por el hermanito hay que sentir amor”.
Y chau. Ahí perdimos. Cada vez que sintamos odio, lo
decodificaremos como amor, y el motorcito dirá: “rajemos del amor porque es un
espanto”, o algo parecido. Terminamos traduciendo mal todas nuestras
experiencias, porque con el correr del tiempo no sólo mamá y papá, sino también
el colegio y la sociedad en general nos fueron enseñando a pensar de nosotros
mismos sólo aquello que parece “aceptable” para el mundo al que nos tenemos que
adaptar, y a relegar al exilio a todas aquellas (muchísimas) experiencias que
nuestra conciencia entiende como inaceptables. Y ahí el GPS se jorobó para
siempre.
¿Qué hace falta, entonces, para llegar a un mayor desarrollo
de nuestro potencial, o sea ser mejor lo que ya somos y dar mejor lo que
traemos para dar? Fácil: arreglar el GPS. ¿Fácil? Y sí. No, pero sí. ¿Qué
necesitamos para arreglar el GPS? Según Rogers, una relación que nos pueda
brindar las mismas tres condiciones que necesitábamos de mamá:
-
EMPATÍA: que la otra persona entienda
NUESTRA PARTICULAR forma de vivenciar las experiencias que nos tocan, desde
NUESTRO PARTICULAR marco de referencia. No es lo mismo comer chizitos para vos
que para mí. Para cada uno, cada detalle de la vida es un mundo particular de
significados, emociones y referencias. Necesito que la otra persona comprenda y
sienta lo que yo siento cuando como un chizito (o algo más relevante, ponele,
cuando me abandona mi novio o cuando me como un chivito entero). En resumen, no
necesitamos sentirnos entendidos sino comprendidos.
-
ACEPTACIÓN POSITIVA INCONDICIONAL: como
ya explicamos antes, esto no significa estar de acuerdo, compartir ni aprobar
todo lo que al otro le pase, piense o haga. Significa que nada de lo que yo
sienta será juzgado ni pondrá en juego mi valor como persona. La aceptación
positiva implica una actitud positiva hacia la persona en sí, más allá de los
contenidos que pueda transmitir. La persona no es juzgada sino aceptada como
valiosa con todo el mundo personal que trae a la consulta, de modo que se
siente segura para explorar todas sus experiencias, aun aquellas por las que
temería ser rechazado.
-
Que la otra persona esté en un estado de CONGRUENCIA
INTERNA: Y… ésta es la más complicada. Para Rogers, ser congruente no pasa
simplemente por hacer lo que uno dice, sino más bien por entender adecuadamente
lo que uno siente. Es decir: tener el GPS en un funcionamiento no te digo
óptimo, pero aceptable. Que cuando siento odio no me crea que siento amor, que
cuando tengo ganas de salir rajando no piense que eso es querer bailar un vals.
Es muy importante que el counselor tenga claras sus emociones (esté en un
estado de congruencia interna) en el momento de vincularse con su consultante,
ya que esta congruencia se transmite y permite al otro entrar en contacto con
su propia experiencia en un marco en el que resulta seguro hacerlo.
Según Carl Rogers en su Enfoque Centrado en la Persona, y
según yo que pude experimentarlo, estas tres condiciones básicas en una
relación (en cualquier relación) crean un clima de seguridad psicológica en el
que nuestra integridad psíquica (o sea, nuestra identidad) no se siente
amenazada, y de ese modo favorecen el desarrollo y crecimiento, el
autoconocimiento, la autoaceptación y también el cambio. Serían, en palabras de
Rogers, una especie de “líquido amniótico psicológico” que si se logra, permitirá
que el embrioncito que nos quedó guardado de lo que podríamos llegar a ser
crezca, se desarrolle y nazca.
Entonces el counseling humanístico propone eso: crear una
relación en base a estas tres condiciones (empatía, congruencia, aceptación
positiva incondicional), dentro del marco de referencia de la salud, en el que
no se curan patologías ni se trabaja con neurosis severas, pero sí se acompañan
procesos de crecimiento, de cambio, de crisis, de toma de decisiones, o
simplemente procesos de autoconocimiento personal.
O sea: una relación sana, cálida, productiva. Y en la que el
counselor, poniendo en juego toda su persona, crece, cambia y se desarrolla
también.
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